Estimado Daniel:
Me permito escribirte estas líneas pese a que no nos conocemos, y a que posiblemente no logres leer esta carta. Lo hago, porque no puedo quedarme callado por el mal en el que unos recalcitrantes sujetos o, mejor dicho, canallas que no son capaces de reconocer la grandeza y misterio del ser humano, te masacraron a golpes tan sólo por tu condición sexual.
Probablemente, te preguntarás por qué un religioso te está escribiendo, sabiendo que ha pertenecido a una institución que ha condenado moralmente y excluido a los homosexuales en tiempos pretéritos. Por desgracia, vivimos en una sociedad homofóbica, que no respeta esa condición. Te cuento que soy reacio a las posiciones irrespetuosas, las que censuran, las inquisidoras, las oscurantistas. Mi actitud frente a esta tendencia es de diálogo. Tengo claro que algunos sectores de la Iglesia aún poseen una posición intolerante que no comparto: pero ése es otro tema.
Te escribo con la intención de contarte que este bestial, cruel y despiadado ataque no pasará a la historia como un asalto más, o como una noticia de crónica roja más. Te prometo que lucharemos y combatiremos para que esta práctica nefasta sea extirpada de nuestra sociedad. Ha habido instituciones que han sido proféticas en la denuncia y condena de estos actos; el MovilH y la Fundación =Iguales entre otras. Para mí esas instituciones han sido presencia de Dios, y lo afirmo, han sido, puesto que las lesbianas, gays, transexuales y bisexuales son hijos e hijas predilectas de Dios porque han sido perseguidas, pisoteados y excluidos en la historia.
Estoy seguro, Daniel, de que Dios te ama profundamente, ama tu vida, tu familia y tu condición homosexual, para nosotros eres nuestro orgullo y causa de admiración. Si nosotros los cristianos creemos en un Dios que es y se manifiesta en el amor, ¿no será que el amor entre personas del mismo sexo, por lo tanto, no es nada más ni nada menos que una concreción del amor de Dios? Créeme que si la utopía del amor se concreta, espero que nunca más existan las trincheras del odio y la violencia.
Me despido con un abrazo grande y te encomiendo en mis oraciones.
Hasta siempre, Daniel.